Calera del Llanillo
La producción de cal y de carbón es una de las pocas
industrias documentadas en Villar del Olmo desde la antigüedad. Utilizadas
desde la Edad Media, existen numerosas caleras en las que se obtiene óxido de
calcio, o “cal viva” por calcinación de las calizas.
Generalmente, se trata de estructuras circulares excavadas y
abiertas en la parte superior, con algunos orificios en la parte inferior, y
cuyas paredes suelen conservar restos blanquecinos de la cal.
A un centenar de metros del chozo de Los Castaños, se sitúa
la calera más conocida de Villar del Olmo, la del Llanillo. La calera forma
parte de un paisaje dominado por suaves llanos en los que se entremezclan las
tierras de labor con encinas y quejigos. Su situación en un doble cráter sobre
una lona, posiblemente artificial, responde a la necesidad de proteger de las
corrientes de viento el proceso de elaboración que podría verse afectado por el
ritmo de la combustión. Una pequeña puerta con un arco de medio punto permite
la introducción de leña o carbón.
Para obtener la cal, primeramente, se tapaba con barro la
parte inferior para el calor no se fuese. La leña de chaparros y otros matojos
se transportaba a la calera y se recogía la piedra caliza para una hornada,
siendo la mejor la que no ha recibido nunca los rayos solares, la enterrada.
Tras haber repasado el revestimiento de barro se rellena el combustible, o sea
la leña que a su vez serviría de andamio para sujetar los bloques. Se tapaba la
puerta lo más posible para conservar el calor, pero dejando el suficiente hueco
para la leña. Dentro se dejaba una cámara con las piedras más pequeñas y así
sucesivamente, cerrando la falsa bóveda con las más grandes y posteriormente se
tapaba todo, ahora de mayor a menor.
La equivalencia a tener en cuenta es la siguiente, 25 Tm. De
piedra aproximadamente daban 300 fanegas de cal y 30 Kg. con 10 l. de agua. Se
encendía durante toda la noche y al día siguiente se iba echando leña durante
todo el día y toda la noche, entre 900º y 1000º C. Al principio salía humo
negro que se transformaba en blanco cuando estaba listo y se dejaba enfriar
cuatro o cinco días. Se extraía la cal abriéndola bien con agua, dispuesta para
ser usada en fachadas, encalados, morteros y enfoscados.
Una producción esencial para los vecinos del pueblo que
encalaban sus viviendas, como se sigue haciendo hoy en día para que sirviese de
desinfectante, pero también como protección barata y eficaz, ya que refleja la
luz solar, dando más frescor al interior de la casa.
Muy cerca de la calera de El Llanillo, un pequeño horno de ladrillo elevado sobre el terreno es testimonio tardío de esta actividad que mantuvo su finalidad comercial hasta principios de los años 60 del pasado siglo, cuando, de forma generalizada, cesaron su actividad numerosos hornos de este tipo en la región, como El Blanquear, la primera fábrica de yesos de la localidad.